sábado, 14 de diciembre de 2013

EL DÍA QUE MATÉ A UN POLICÍA MOTORIZADO.

Recuerdo que era una mañana del año 2008 y llegué a la oficina. Y que desde aquel momento le rompí las bolas a todas las personas que conozco (o ni hacía falta que las conociera), con el nombre de una banda ¿impronunciable? cuyas tapas de discos fueron plasmadas en dignos objetos de regalo en mis vidas pasadas. “¿Eh?. ¿Qué dice tu remera?. ¿Él?. ¿Mató? ¿A? ¿Un? ¿Policía? ¿Motorizado?. ¿Qué?. ¿Quién?. ¿A quién?... Chiau… ¿Qué lo que decís boludo?. ¿Con qué lo que vos te das?”.


Recuerdo que en aquellos días, la existencia de este testimonio vivo de que la música te puede dar una patada en la jeta, me llegó a través de la lista del ranking del mes de febrero de la extinta web FM Kabul 107.9, emisora que nunca tuve el placer de degustar, pero de la que me enamoré gracias a los separadores de la gente de la Revista NAH!. En el puesto 37 estaban ellos, con su alias inquebrantable en una oración de sujeto tácito, verbo  que viola el quinto mandamiento y un predicado que a la vez actúa de complemento indierecto, nada más y nada menos que para cobrarle todas las que nos deben a la yuta hija de puta.


Recuerdo que el tema se llamaba “Chica rutera”. Y desde que lo encontré en Taringa! supe lo que es volver a sentir que la sangre te corre por las venas. Muchos “amigos” “trues” les tiraban piedras como los mejores críticos de la New Musical Express que “son” y terminaron escuchando o reggaetón o la misma música “elaborada” de mierda de la que yo me terminé cansando. Pero todo bien, porque es parte del chiste que no todos lo entendamos.


Recuerdo que el EP se titulaba: “Un millón de euros” y no te daba un respiro. Las letras iban a toda puta. Parecía que el tipo comandaba un tren a velocidad descomunal y estaba buscando estallar como una supernova contra lo que se le pusiera en frente. No había un track que no se te pegara con la misma chiclosidad con la que obran las canciones de cancha, que cuando suenan las versiones originales vos las volvés a cantar como en la cancha. Se te metían en la piel. Era una mezcla de estar en el medio de un megakilombo pero ahí, quieto, sentado en una silla, sin hacer nada.....


Recuerdo que le di play más de unas cuantas muchas veces. Duraba 21 minutos nomás. Y me gustaba todo. Como cuando me regalaron “Nevermind” y después nunca más volví a ser el mismo. Solo que cuando eso ya no era el pibe “Kurcobéin” que se pajeaba en la secundaria. Había pasado hasta por dejarme arrastrar por la influencia de la cumbia villera y cada cosa que eso signifique. Tenía 21 años ya. Y como hacía mucho no me pasaba, descubrí el mundo en el que quería perderme a partir de entonces y del cual también ando perdido desde hace mucho tiempo.


Recuerdo que no me importaba qué estilo era (maldita necesidad de la raza humana de tener que taggear la vastedad del universo). Ni si los vagos eran quiénes. O como se vestían. O como se veían. Si bien son parte de la generación del youtube y de la cultura que está a un movimiento de dedo sobre el teclado, no me preocupé por fichar sus videos en ese momento. Lo que me calentaba era lo que decían. Y ni siquiera entender nada. Fue orgasmo a primera oída.....

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