miércoles, 20 de julio de 2011

KID BOOM BOOM: UN SHOW EXACTAMENTE DE ATRÁS PARA ADELANTE.


Y ese era el man, un flaco vestido de cuervo, criticándonos porque hace rato no hacemos el amor. Sobre el jadeo más extremadamente orgásmico de su guitarra masturbada toda la noche para regalar sonidos imposibles, al tiempo que hablaba de 5 millones de divagues por hora, Carlitos Rodríguez, el ¡M A E S T R O! BOOM BOOM KID se despedía de un público estupefacto a quien sedujo a puro pulso adrenalínico en un auditorio de AsunZión durante quién sabe cuánto tiempo, una hora? dos? con todos los hits de su mente el finde pasado.


Haciéndonos comer de su mano, el rockabilly también inquietó los cuerpos de los fanáticos más heavys, quienes en todo tiempo presagiaban paranoicamente un inmediato despido y asomaban a bailar y a estar lo más en contacto posible con su ídolo juvenil, que en plano íntimo e interactivo develó una faceta atípica de su repertorio (por lo menos yo esperaba más temas de su “FRISBEE”, pero parece que lo tiró por ahí y no se lo devolvieron, andá a saber), comportándose como una verdadera reencarnación de algún príncipe del punk: armando kilombo y sudando melancolía pero a la vez vibrando hasta los tuétanos por lo que los riffs y la distorsión provocan al mezclarse.


Muchos -acaso demasiados- cóvers, una pila de temas de discos anteriores y algún que otro nuevito para que el alma nos volviera al cuerpo como un renovador banho de energía, mientras el tipo hacía un show bastante sartén por el mango: paseándose entre la gente, yéndose a la mierda, dándole rienda suelta a la locura de sacarle hasta las más retorcidas desafinaciones a su viola violada y la jornada se iba redondeando. Pero en el sombrerito que le cubrían las rastas seguían habiendo joyas, algunas de ellas, piezas muy oscuras de anhos en los que ni te pusiste jamás a pensar si pasaba o no algo. 


Con el correr de los primeros destellos de rock que sus ayuda-memorias le dictaban, todos nos fuimos achicando y uno a uno, nos metimos en cualquiera de sus bolsillos, para constatar la humildad de este ¿crooner? sudaca, que encima de que vino a tocar G R A T I S, entre baladas, atisbos de anarquía y alguna que otra anécdota simpática nos ponía una joda gigante en la cara que por momentos, si quería, la transformaba en una de esas confesiones histriónicas de bar y estaba todo bien.


De decoración minimalista, el escenario del teatro lucía impecable con un fantasmita que sostenía una calabaza helloweeniana que le harían de dúo y trío silenciosos, respectivamente, mientras él se desacomodaba en una butaquita y comenzaba a despellejar algo así como más de 2 décadas de carrera, militando ni en el under ni en el mainstream, sino haciendo su propio mambo, como manifiesta en todas las entrevistas e incluso en el libro editado hace poco, que ya que estuve por allí me traje para casa, titulado: “Mi pequeñia colección de funzinez”.
 

Una horita y pico de fila, muchas expectativas acumuladas de un tiempo a esta parte, companhía perfecta para la ocasión, caras conocidas y otras no tanto llenamos el lugar de smells like teen spirit, esperando convulsionar en llamas al terminar. Se sabía que el agite no se iba a hacer esperar solo porque el lugar estaba lleno de sillas. Aunque en todo caso, farrear sentado suele ser una alternativa copada, siempre y cuando, las venitas de la cabeza pogueen como hijas de puta. Pintaba un lindo sábado……