Ella lo tiene todo. No importa
que no tenga dinero, ella lo tiene todo. Cuando no tiene sueño, se interna
dentro y piensa: ¿Qué cosa en el mundo existe que todavía no tenga yo?. Enciende
unas luces estrafalarias y mira su rostro multicolor en uno de los tantos
espejos. Podría decirse que cuando quiere escaparse de sus nulos problemas, la
habitación que hace de ropero de la criatura más hermosa del mundo, que en
realidad es más grande que su habitación misma, la cobija con su calidez. Pone uno
de esos temas que están de moda y cuando está aburrida los baila probándose
todos y cada uno de sus vestidos. Finos ropajes de seda: estampados, lisos,
asimétricos, cool. En ese closet hay de todo. Las propias tiendas del shopping
podrían ir a proveerse de ahí y saldrían bien surtidas solo con sus compras de
la última semana. Cuando sus padres la buscaban nunca la encontraban, porque
ella estaba ausente en su propia atmósfera. En esa que ellos mismos le
fabricaron. Al tocarle la puerta, nadie respondía del otro lado. Al rato, el
ladrido del perro o una tarjeta roja en el partido hacía que se olvidaran de
ella. La música dentro de la guarida era fuertísima. Y ella se movía al compás
apretando sus ojos, como queriendo ver dentro de su alma. Cada bermudita, sus
tacos, sus tanguitas estaban impregnadas de su dulce aroma. Pero para ella solo
eran cosas desechables. Ni las pieles de los animales más caros del mundo, las
joyas, los anillos, los diamantes, los peluches, las esculturas, los poemas,
los juguetes comprados en Amazon, las fotografías ni las remeras con los
diseños más copados que se hayan visto significaban tanto para ella como las
cosas “simples” tipo ver una hoja en blanco. Nunca lo ordenaba. Para ella ver
ese caos de montañas textiles a su alrededor la hacía sentir viva. Cuando se
hartaba las pateaba y se creía Godzilla destruyendo Japón. Se moría de risa
cuando pasaba esto. Hasta la locura. Para ya no acordarse de todas las veces
que su reflejo le devolvió su costado más emo, escurriendo su maquillaje con
lágrimas intensas como el Niágara. Después volvía a amontonar las ropas y se
arrojaba sobre ellas para secarse el rostro y perderse hasta quedarse dormida
mirando la única luz que veía en todo el día.