La cosa fue así, como después del iskeu fest
hacía tiempo que no le jugaba a mi cuerpo al igual que el Dr. Hoffman con este
gato, y muy a pesar mío de haber subido 7 kilos en sólo un mes de revientes,
decidí que todavía habían cosas más extremas por experimentar. Y ya que unos
días atrás, justo llegando tarde a mi laburo en una de esas manhanas en las que
me enfrasco leyendo mi libro en la línea 31 sin darle bola ni a una manada de
zombies extraterrestres que venden desde cortaúnhas encarnadas hasta molotovs caseras, nadie
supo por qué levanté la mirada y me detuve en un pasacalles que me reveló la
profecía de lo que sería mi fin de semana: “DAMA$ GRATI$ EN EL ANIVERSARIO DE
EUFOOOOORIAAA…..”.
Helo ahí. A sólo unas 20 cuadras del cuartel
general de este Robot apátrida que a falta de lesothenses realmente copados,
va a hinchar por Paraguay durante el Mundial, el cheguevara® de las villas, el
pulmotor de las barras bravas y el creador del sonido más gelatinoso de las
fiestas de quince en los últimos 5 anhos, Pablo Lescano, tocaba con su troupe.
Boooooludo, yo tenía que estar ahí para contárselo a todos ustedes, manga de fucking sobrevivientes
del penúltimo de los cataclismos cósmicos.
¡Claro!. Porque no todo es adorar a Lucifer en
esta vida, me calcé mi estrés en la espalda, me chupé un par de birras para subirme
al tren de la locura y por las dudas, me aseguré de llevar como guardaespaldas
a mi amigo “Pete”, gran catador de estrógenos. Y de esta manera, pasamos por
debajo del viaducto de 4 Mojones (levantando la patita por cábala) a bordo de
un taxi destenhido, cuyo conductor con tal de meternos el dedo en el culo con
el 30% extra, nos pintó un escueto panorama sobre la inseminación de la
corriente avant-garde para forjar el movimiento kraut en la Alemania de los anhos 60
y que las minas que farrean en coyote son igual de putas que con las que
estamos a punto de cruzarnos, y nos bajó frente a un lomitero a escasos pasos de
la disco tropical, no sin antes, obvio, meternos el dedo en el culo.
Exceptuando el traslado, la historia iba de
pelos hasta que el chef callejero me advirtió que el grupo tocaba tipo 4 de la
madrugada. – “QUÉ!”- le dije. Todo bien loco, pero yo sufro de narcolepsia,
pensé. Mientras “Pete” se reía como una hiena automedicada de un cartel
publicitario con horrores de sintaxis. Sin taxis lo que debería funcionar el
mundo, sentencié. Pero a mí qué me calienta si total no pagué yo?. Bueh.
Después de dar un par de vuelta estrellas,
nuestro sándwich mental ya tenía todos los condimentos
para ser parte del show. En la puerta de acceso, el VIP costaba mil guaraníes
(un cuarto de dólar) más caro que las entradas generales. ¿Cuál sería el
chiste?. Unos canas nos palparon las entrepiernas con el carinho de una abuelita que
acaricia a su perrito recién operado de las tetas y nos dejaron pasar. Al entrar, “Pete”
se perdió entre la muchedumbre y volvió 150 minutos después despeinado, roto y
mal parado, pero el par de latas que traía en ambas manos estaban tan intactos
como su moral.
Yo me había anclado sobre una baranda a
apreciar cómo la gente bailaba reproduciendo una coreografía perfecta de la
peor cachaca del universo, mixada con una electrónica berretísima a la que incluso
le faltaban un par de décadas más para acá, para ser consideradas “retro”. De todas
maneras, lo que importa es la actitud, supuse. Al tiempo que una gordita no tan
fea se descosía sobre la pista, rozándome en cada “hasta abajo” la cara externa
del muslo izquierdo. Decí que no había lugar y que me estaba durmiendo de pie. Porque
en serio, no pensé pasar por esto, eh!.
(continuará)