jueves, 4 de marzo de 2010

¡¡¡¡¡ Pink Floyd en Paraguay !!!!!


Liquid – 03 de marzo de 2.010
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Encima gratis y con puff en segunda fila. Los cerdos comenzaron a volar. Y los martillos a caminar. La lluviecita grass encendió algunos farolitos y el público de correcto porte anglosajón, aunque de tenida sport elegante, se adecuó como pudo a la meteorología de nuestra capital hasta refugiarse en el Paseo Carmelitas, para ver a la reencarnación del mal interpretando a nada más y nada menos que a los Fab Four del art rock en (otro) homenaje, esta vez titulado Oink Floyd.
Dispuestos de izquierda a derecha, Willy Chávez (de Salamandra) en guitarra, Steven Wu en ¡teclados!, Felipón Muñoz en batas, Calavera Del Puerto en bajo y Coelho Amado en voces y guitarra (todos ex Dokma), recién fugados de un manicomio no tan lejano, osaron profanar partituras magnánimas y la noche se perfilaba como un exorcismo para el ego. 


Previo al toque, un arco iris se incrustó en el medio del boliche por un microsegundo, como anticipando un Saint Patrick, pero tirando más a reflejo de un prisma plateado del que nadie se percató. Después, mientras el soundtrack aguardaba transmutarnos a todos genéticamente e interpolarnos con nuestros antepasados o algo así, en un lcd lazy gaga moría por culpa de un paparazzi en lo que se conoció como el lado más careta de la luna. Sin embargo, todo lo que pudo haber ocasionado más altibajos, como el hecho de que la brahma tuvo que ser considerada no tan mierda, ya que no había otra cosa para tomar, fue obnubilado por el uno ovarios picos de destreza, que cada músico supo congeniar hasta terminar de reconstruir la/s pieza/s.


Imperceptiblemente, entre tema y tema, sus caras se iban amasando hasta que una hora después estuvieron iguales a Benjamin Button (si éste papel hubiera sido actuado por los cráneos de The Wall). Entre ellos, Coelho, que a decir verdad no gozaba de toda mi bendición, se reivindicó como una auténtica rama genealógica de Rogelio Aguas. Y luego de hacer relucir al loco diamante, el que dudaba de esto era eunuco.


Luego de esto, el auditorio a puertas abiertas se quedó sin pelucas. Y la gente quería embolarse nomás ya. El aire era nitrógeno puro. Y las dendritas se hacían el hara-kiri. Mientras que la noción entraba en coma alcohólico. Algunos suplicaron: “Que toque Felipón! Que toque Felipón!”. Otro pidieron: “Que toque Rolaaaaandooooo”. Y ya que estaba ahí, yo quería que toque Jason =P. Pero lo más extravagante fue cuando un tipo, totalmente excitado, insistió en que todos enhebremos las venas de nuestros cuellos, levantando al unísono el inconfundible corito de barra brava del grupo, pero vaya uno a saber por qué, nadie le dio bola.


Por momentos, lo que encandilaba desde los parlantes era música para manejar ovnis. Los lamentos causaban gracia y se robaban palmadas de aliento. Al tiempo que al violinista chino devenido en hombre de teclas, le bastó anclarse en una sola para que el resto tuviera pie, para orquestar durante más de 20 minutos hablando de lo mismo.


Quizá al tracklist seleccionado, si bien afinadito, le faltó un poco de nafta. Pero Dokma (o los ex Dokma, da igual), de vuelta no tuvo perdón y se graduó con honores en la asignatura Pink Floyd, y hasta se pegó el lujo de viajar en lo que dura un tintineo al continente afroloko, tras los primeros y huraños golpes de “Tronchón”.