miércoles, 6 de enero de 2010

Reyes Magos, say no more loco.

0k. Eterna rutina de la temporada. Cartita. Pastito. Par de zapatos, championes, havaianas, alpargatas o en mí caso, borceguíes biónicos. Y la condición matriarcal que dejaba abierta la puerta a recibir o no un regalo el 6 de enero, como el de hoy pero de antaño, pasaba por tres simples enunciados: “Portate bien”, “Sacate todo 5” (sic). Y “No le pegues a tu hermanita”. Y yo decía: Listo!. Parece sencillo, aunque comparado a los tiempos que circulan, eran cuestiones tan enmarañadas como tratar de quitar un primer crédito sin garante.

No importa. Buena onda. Esto me va a hacer madurar. En fin, no importan los medios. Sólo el trasfondo de “Pide y se os dará” del asunto. Por tanto, a medida que todo transcurría, me esmeré para establecerme como una forma de vida sintética políticamente correcta y de paso, obtener beneficios con ello.

En el medio, aprendí a escribir y esas cosas que uno hace cuando de chico lo condenan a perpetuar las formas de control social, yendo al colegio cuando todavía es de madrugada y adoptando pautas de comportamiento que lo hacen homogéneo al resto de la tribu. Lo que sí, si el alfabeto no me engañó desde entonces, recuerdo que cada vez que impregnaba tinta o grafito en un papel repetía como robot (chiste fácil) dictando sus códigos de programación, la frase: “Queridos Reyes Magos, yo sé que ustedes saben todo luego”. Para después ir al grano: “Quiero 4 Tortugas Ninja. Gracias”.

Esperar, desespera. Medianoche del sexto día del primer mes. Salí a recolectar hierbas para el regocijo de los jorobados camellos. Una vez, incluso creí que los vi. Pero sólo se trataba de unos espectros que deambulaban el barrio, recogiendo cartones despojados por los vecinos, para llevárselos a su nave nodriza.

Luego, bien temprano, casi después que el gallo fuera aniquilado por un reloj cucú, me ponía en pie y avasallaba vorazmente los obsequios, hasta encontrar el que llevaba mi número serial: “1RobotCiego”. Este es.

¡Y ahí estaban!. ¡Las 4 Tortugas Ninja!. ¡¡¡¡¡Iguales?????. O sea, un Rafael multiplicado por 8 y dividido por 2. Nunca un Leonardo, ni un Miguel Ángel y extírpense la posibilidad de contar con un Donatello.

¿WTF?. Mamaaaaaaaaaá. O los Reyes también son invidentes o su asesor de compras sigue en pedo. Una cosa es que me los traigan en cuotas. Pero ¿idénticos?. ¿Cuál podía ser una de sus hazañas en mis fantasías?. ¿Clonarse?. No sé…… Y esto, lo expreso con todo el ánimo de salvar la situación.

Cuando llegó mi progenitora al lugar de los hechos, me tuve que contentar con la explicación de que “Yo no había especificado eso”. Pero no importó. Me banqué todo y esa Navidad insistí, con todas las letras de mi vocabulario: “Querido Papá Noel, me podrías traer 4 Tortugas Ninjas, distintas, o sea no similares, vas a ver luego, tienen colores que no se parecen. Bueno, sí. El de Leo es casi como el de Don. Y el de Ralph como el de Mike”. Y he ahí. En este rodeo, surgió otra confusión.

25 de diciembre. Bla bla bla. Ultrajé el aluminio y…… Cuatro nuevas Tortugas Ninja!. Pero ahora todas anaranjadas. En eso, levanté mi semblante resignado, para ver dónde estaba la cámara oculta.

El día de los Orientales, déjà vu. Y así año tras año, hasta que Alá decida que esto se acabe. Esta manhana, ya ni los esperé. Tampoco nunca me planteé un refresh de deseos, ya que nunca me interesaron los muñequitos de Kiss, por las dudas de que al destapar la caja, también vengan figuritas repetidas.