Era de bien temprano en la mañana en una disquera de mala
muerte, cuando a un operador de radio de medio tiempo contrataron sin pagarle
horas extras para apretar (rec) y registrar la grabación de la joven promesa
del “indie-folk asunceno”, quien armado simplemente con un ukelele y un bolígrafo
BIC® en la otra mano, redimiría a las masas acústicas del eterno suplicio de la
cachaca y el heavy metal.
La noche había sido dura. El cocido estaba rancio. El operador
tenía acidez. Y el cantautor un humor insoportable, producto de estar pagando
las consecuencias de haberle vendido su ano a las multinacionales a cambio de
champagne, groupies y yerba Pajarito®, con el compromiso firmado de registrar
sus obras maestras en un disco formato vinilo. Sin mucha sobriedad encima,
llegó al estudio y pateó todo lo que había. Le dieron una guitarrita y a la
media hora apenas hiló dos notas.
El operador se quería ir a la mierda. Sabía que una empanada
de pollo complicaría su resaca, pero a la vez tenía fe de que le devuelva a la
vida. Le dijo al ukelelero que toque un par de veces el único acorde que podía
y lo loopeó infinitamente. Le pasó una letra ajena que el otro ni siquiera
alcanzó leer por la contundente masa que se había dado el día antes de convertirse rockstar, y al final después de mucho intentarlo, tuvo que cantarla él mismo. Cuando
vino el productor y preguntó si ya estaba todo, el man ya hacía media hora que lo
había colgado en la web.
De esta manera, nace el proyecto más hot de la temporada.
Una mezcla de temas random tocadas desde la fina óptica (?) de “1ROBOTCIEGO Y
SU MÁGICO UKELELE”: Un disco que nunca verá la luz. O capaz que sí.
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