Bitácora del capitán: Ya pasaron casi mil noches. Pero para mí aquella última
vez es como si hubiese sido esta manhana. Los recuerdos se superponen y
explotan con el mismo impacto que lo haría una orgía presidencial en el prime
time de la televisión yanqui. Pero revivir ese fétido sudor, sentir esas ganas
incontenibles de que un par de manos mecánicas te sostengan fuertemente la
cabeza y con un sable láser le hagan un lindo peinadito a tu cerebro; y la sola
tranquilidad de saber que ese kilombo que se almacenó día tras día en mi
organismo por fin gozará de libertad, son las únicas razones que me mantienen con vida en
esta isla demencial de cotidianeidad.
Hace quiénsabecuánto que no duermo bien. Me pica el culo. Juego con animales que inventé mirando estrellas. Anoche soñé que jugaba tiro al blanco contra unas tenistas
rusas en un jacuzzi lleno de nhoquis con salsa blanca. Extranho a mi perro Fumaiki, que murió atropellado mientras perseguía un aguacate. Creo que el sol
me está afectando. Puta madre, me hubiera comprado un kepi.
Hoy encontré un par de fotos de cuando era feliz y realmente lo sabía. También
me perdí en el bosque a tararear cosas nuevas. Tengo rabia. Escribo solamente
para descargarme, porque realmente entre esperar a que pase algo interesante en
el cable o inventar 94 estrategias para sacarme los mocos, prefiero soplarme
las manos, darme calor y cerrar los ojos para sonhar que vuelvo a estar ahí.
Haber sobrevivido a esa batalla entre
público y escenario es hasta hoy impagable. Cada distorsión era épica. La
energía que agitaba esa línea de fuego se fuga ahora de mi memoria para manifiestarse
como tensión en mis músculos. Mis vecinos me miran raro. Que caguen flautas. Vaya
todo a la puta. Hay cosas en este mundo que realmente me pueden. Que sean
muchas o pocas es irrelevante. Pero quiero abrazar a una llama de tanta
felicidad. Dicen que la tercera es la vencida, ojalá que nunca, JAMÁS sea la última……
0 comentarios:
Publicar un comentario