Por un millón de razones esa noche explotaba AsunZión. Había clima de
caos. Las cabezas estaban sedientas. Y en el clima del rock se presagiaba un
nuevo hito para los estándares de “diversión” que se manejan por estas latitudes.
El primer tren de Sudamérica fue tomado por viejos espíritus de maquinistas
desquiciados quienes lo pasearon sobre nuestros cuerpos, camuflayados como una
bandita de tan solo ¡27 ANHOS! que llegó para someter a una sesión psiquiátrica
al borde del vértigo a la partida de muchos grupos de amigos que fuimos a
verlos el sábado pasado al Ferrocarril.
Fieles al mismísimo fútbol uruguayo, los del cuarteto de 5 no vinieron a
especular con el resultado. Desde que asomaron, el público los recibió como si
acaso fueran profetas contemporáneos del humor más universal que existe, o ingenieros
musicales lo suficientemente geniales como para no aburrirnos jamás en la puta
vida.
De repente, todo flotaba. Ya sea porque no te sacabas las ganas de estar
caminando en el aire o directamente porque el recinto era una nave espacial y
esos manes traían mensajes intergalácticos. Como quiera que sea, la hipnosis te
hacía repetir cada estrofa a gritos, incluso sin saber demasiado de qué
hablabas, mientras el mundo entero se agitaba hasta tocar el cielo con el dedo
índice erguido tan intensamente como el menhique.
A los 3 temas, hubiera pagado porque ya dejaran de tocar. El setlist
estaba craneado para derretirte de sudor. La bipolaridad se entrelazó con la
rareza y temas viejos que nadie cazaba pero que no desentonaron con la juerga
que se armó sobre los rieles de la Estación. Surgió tanta buena onda que
parecías estar en una montanha rusa que sólo iba hacia arriba hasta que recién
cuando te olvidabas de todo caías al tiempo que el líder Musso definía tu
personalidad, tu futuro y un método catártico para que también bajaran tus niveles
de rabia con la vida.
Promediando el descontrol, ya con headbangueadas, poguito y saltos
aislados apoyados en el hombro de alguna minita con aguante, alguien desde
atrás gritó: “Laaaaadroooooneeeeesssss!!!!!!!!!!”. Y tenía razón, nos estaban
robando la mala vibra a cara descubierta y de manera indiscriminada, con cada
título que califica al menos en un 90% como megahit. De esta manera, se hacía
oficial como no pasaba hace tiempo, que un grupo de por acá nomás sodomizara
auditivamente a un público tan ecléctico como el que me crucé ese día.
La actitud punk de sufrir golpes, dar empujones, friccionarnos contra el
prójimo, la no necesidad de caretear y revolear la silla de ruedas con el
renguito al viento sin ningún tipo de culpas, es algo que ¡POR GRACIA DEL
CREADOR! el VIP no puede comprar. Y la sensación de terminar el concierto
totalmente mojado y con la incapacidad de emitir sonido alguno durante unos
diecisiete minutos, está en el TOP 3 DE COSAS QUE NO VOY A OLVIDAR NUNCA.
Gracias Roberto, a los Santiagos, Álvaro y
Gustavo. Me hallé (estado de regocijo) =)
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