lunes, 19 de julio de 2010

Canciones para días de lluvia Vol. 1 – La película de 1ROBOTCIEGO.


Cada vez que la repito, estoy parafraseando a un ex amigo frecuente al que escuché decir no hace mucho tiempo que cuando se sube al colectivo y está lloviendo, él se hace el bocho con que en la ventanilla están dando una película de cine independiente. Y más si la banda sonora es algo atípico para este tipo de transportes que acostumbran cachaquear desde el pago de tu pasaje hasta el timbre que anuncia el final del viaje. Cuando el person dijo esto por primera vez, en la radio había sonado un bossa nova. Lo demás es desconocido. Pero nada hace imposible recrear lo que sigue, si partimos del lugar común: ni siquiera hace falta imaginarse un carajo, simplemente hay que dejar que gota a gota escenas inexplicables hasta por científicos de la Nasa ebrios de ayahuasca, vayan hilándose en tu cabeza y voilá, sólo tenés que conseguir actores feítos con ganas de hacer locuritas, colgarlo a youtube y esperar 24 anhos a que algún productor europeo frustrado monte su ONG y te descubra como un americanito con mucho talento. Entonces deja todo y se viene a vivir acá, te hace un millón de entrevistas para saber cada detallecito técnico del proyecto y después te chuta, te chupa los créditos y se manda a mudar nuevamente a su país, para cerrar sus días presumiendo lo genial que fue haber abierto ese video sin tantas vistas que algún desconocido posteó hace tiempo.

Esta pequenha parábola, sumada a los días más fríos del anho, motivaron a que saque el borde de mis deditos de abajo del edredón y la frazada y el poncho y la sabanita y la alfombra persa y el cadáver del tigre colmillos de sable que mi viejo aniquiló en el mercado la semana pasada, para acercarles el guión bruto de mi ópera prima con estética de film clase Z, titulado “Canciones para días de lluvia”. Una hilarante tragicomedia de asesinos cereales, que buscan recuperar el hocico sagrado del perro de Mickey.


Escena 1: La noche se hizo de día cuando John Champignon, harto de tanto licor de jengibre robado de la barra de aquel sucio burdel de Nueva Zoolander, abrió los ojitos cargados de moretones por causa de la mafia siciliana y comenzó a unir los desfasajes que ocurrían en su mente, hasta darse cuenta que intentar amar a la novia del caficho no era la mejor idea que había tenido en el siglo. Todavía en el suelo, hurgaba en los bolsillos de su saco heredado de anhares para encontrar un fósforo que lo ayudara a encender la colilla de pucho, que desde que estaba en la primaria era como un adosamiento de la comisura de sus ronhosos labios. Con una coreografía graciosa y minuciosa, una oruga que pasaba por ahí, intentó advertirle que se limitara en sus movimientos, pero el dolor intenso de cada centímetro de su esqueleto y su conciencia de saberse nadie, lo hicieron desear una bocanada de esperanza comprimida en ese tabaco sabor a peste bubónica.


Escena 2: Como si estuviera en medio de Hiroshima, aquel cigarro fue el último de su vida. Banhado en alcohol y combustible, el enclenque hombrecito, nieto de shamanes y de profesión putanhero, con residencia en la periferia de la moral y antecedentes de infeliz, moría con un virginal rayo de sol sobre el asfalto, gestando así los precedentes de la primera revolución prostituta de la historia.


Escena 3: El incendio llegó a la azotea de la vieja construcción, en la que también funcionaba una corroída ferretería, un cine porno y cruzando un pasillo en forma de chorizo parrillero, el antro infame de Ña Conché, una madama divorciada de un militar que estafó y mandó acribillar a su anterior marido, para quedarse con todos los títulos de los terrenos de la cuadra. Aunque hacía segundos, el tiro le salió por el culo. Ya que si bien se deshizo de su otro enemigo, también él se había quedado en la calle y sin ideas de donde volver a montar el negocio que le permitía ostentar un poder inimaginable entre los arrieros de la zona.


Escena 4: Finalmente, nadie supo bien por qué el muerto había ido al cielo. Siendo que ahora todas las rameras portaban un virus que sólo él propagaba. Pero en el momento de su ascenso, el ojo de vidrio del comisario se humedecía cual pubis acurrucado. Y el cielo redimía con lágrimas al inocente.


No se pierdan. O si quieren piérdanse manhana: “Canciones para días de lluvia Vol. 2”.

1 comentarios:

Angélica Sánchez de Gavilán dijo...

Delirante!!! no fumes tanto eso que te van a salir corriendo las neuronas, del susto!!! jajaja. Estás loco, estuvo muy entretenido.

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