Liquid – 03 de marzo de 2.010
****
Encima gratis y con puff en
segunda fila. Los cerdos comenzaron a volar. Y los martillos a caminar. La
lluviecita grass encendió algunos farolitos y el público de correcto porte
anglosajón, aunque de tenida sport elegante, se adecuó como pudo a la
meteorología de nuestra capital hasta refugiarse en el Paseo Carmelitas, para
ver a la reencarnación del mal interpretando a nada más y nada menos que a los
Fab Four del art rock en (otro) homenaje, esta vez titulado Oink Floyd.
Dispuestos de izquierda a
derecha, Willy Chávez (de Salamandra) en guitarra, Steven Wu en ¡teclados!,
Felipón Muñoz en batas, Calavera Del Puerto en bajo y Coelho Amado en voces y
guitarra (todos ex Dokma), recién fugados de un manicomio no tan lejano, osaron
profanar partituras magnánimas y la noche se perfilaba como un exorcismo para
el ego.
Previo al toque, un arco iris
se incrustó en el medio del boliche por un microsegundo, como anticipando un
Saint Patrick, pero tirando más a reflejo de un prisma plateado del que nadie
se percató. Después, mientras el soundtrack aguardaba transmutarnos a todos genéticamente
e interpolarnos con nuestros antepasados o algo así, en un lcd lazy gaga moría
por culpa de un paparazzi en lo que se conoció como el lado más careta de la
luna. Sin embargo, todo lo que pudo haber ocasionado más altibajos, como el
hecho de que la brahma tuvo que ser considerada no tan mierda, ya que no había
otra cosa para tomar, fue obnubilado por el uno ovarios picos de destreza, que
cada músico supo congeniar hasta terminar de reconstruir la/s pieza/s.
Imperceptiblemente, entre
tema y tema, sus caras se iban amasando hasta que una hora después estuvieron
iguales a Benjamin Button (si éste papel hubiera sido actuado por los cráneos
de The Wall). Entre ellos, Coelho, que a decir verdad no gozaba de toda mi
bendición, se reivindicó como una auténtica rama genealógica de Rogelio Aguas.
Y luego de hacer relucir al loco diamante, el que dudaba de esto era eunuco.
Luego de esto, el auditorio a
puertas abiertas se quedó sin pelucas. Y la gente quería embolarse nomás ya. El
aire era nitrógeno puro. Y las dendritas se hacían el hara-kiri. Mientras que
la noción entraba en coma alcohólico. Algunos suplicaron: “Que toque Felipón!
Que toque Felipón!”. Otro pidieron: “Que toque Rolaaaaandooooo”. Y ya que
estaba ahí, yo quería que toque Jason =P. Pero lo más extravagante fue cuando
un tipo, totalmente excitado, insistió en que todos enhebremos las venas de
nuestros cuellos, levantando al unísono el inconfundible corito de barra brava
del grupo, pero vaya uno a saber por qué, nadie le dio bola.
Por momentos, lo que encandilaba
desde los parlantes era música para manejar ovnis. Los lamentos causaban gracia
y se robaban palmadas de aliento. Al tiempo que al violinista chino devenido en
hombre de teclas, le bastó anclarse en una sola para que el resto tuviera pie,
para orquestar durante más de 20 minutos hablando de lo mismo.
Quizá al tracklist
seleccionado, si bien afinadito, le faltó un poco de nafta. Pero Dokma (o los
ex Dokma, da igual), de vuelta no tuvo perdón y se graduó con honores en la
asignatura Pink Floyd, y hasta se pegó el lujo de viajar en lo que dura un
tintineo al continente afroloko, tras los primeros y huraños golpes de
“Tronchón”.
0 comentarios:
Publicar un comentario