sábado, 6 de febrero de 2010

1ROBOTCIEGO FUE AL CUMPLEANHOS DE BOB MARLEY.

La calle del limbo estaba abarrotada de vehículos de todas las generaciones. Autos nuevos y elegantes alineados aleatoriamente, decoraban la vereda no respetando orden de llegada alguno, como si se tratara de un ranking de esas radios en las que un riff letal destrona a una melodía chiclosa, elaborada sólo para resistir hasta que pierda el sabor.

La mansión estaba pintada de cuatro colores y de ella salían y entraban libremente personajes de aspectos seductores, acompañados de suculentas mujeres que encandilaban con su aroma. Densas nubes de humo dulzón ambientaban la velada a un ritmo acelerado y juerguero. A medida que avanzaba, me parecía reconocer a algunos de los invitados que salían a fumar un pucho afuera y volvían. Una de las pulposas chicas me preguntó si tenía fuego y yo le dije que sí, obvio. En eso, un televisor atravesó una ventana y millones de vidrios me dieron la bienvenida esparciéndose por doquier.

Podía ser la casa de cualquiera. Pero el BM mal estacionado en el pasto, confirmaba que la dirección no estaba errada. Desde el primer piso, un pelilargui de remera negra brindó en mi honor, elevando su trago policromo tridimensional al aire y me invitaba a pasar dando un grito gutural. Al cruzar el umbral que divide al mundo de los vivos con el de los muertos, me di cuenta que adentro también era un kilombo. Pero un kilombo con el que se controlaban variables insospechadas. Caprichos excéntricos, que son reservados sólo a los dioses. Por citar uno de entre tantas otras cosas, había un interruptor que transformaba la noche en día, pero nada más funcionaba en el patio.

Unos leds proyectaban lava fosforescente por las paredes mareando a la concurrencia, que actuaba como si quisieran romper los límites de camisas de fuerza imaginarias. De fondo, una banda de amigos se preparaba para la zapada de agasajo al cumpleanhero. Procuré como es costumbre, de ubicarme en primera fila, aunque me estallen los tímpanos digitales.

Escurriéndome entre los rockeritos, punkers, gangsters, fantasmas, soldados búfalo y almas rebeldes varias, dispersas por un gran salón dorado, la vibración que se intuía me dio parkinson. En eso, un mozo jamaiquino me extendió amable una bandeja de diamantes sobre la que una espléndida chococake, se mostraba como una apetitosa cortesía del Tío. Me comí 1n pedazo. Do2. Tr3s........... Diecisie7e.

Los músicos afinaban. Los haces de la lumínica eran unos suicidas, que de manera intermitente teñían las espaldas del ejército de invitados, con su sangre roja, amarilla y verde. Todos ellos divaguetas. Gente de la que uno chupa cierta data sin acercarse demasiado. Y con la que podés terminar esa misma noche, acostada bajo la cama domando nebulosas o cosas así. Pero eso no calentaba todavía.

El soundsystem que hizo de warm-up, se ahogaba en un break cediendo su lugar en el estacionamiento al main show que marcó una parábola en uno de los mejores, sino el mejor aniversario en el que nunca estuve. El vocalista del grupo, el Che Guevara de los walkmans, se paró en el centro perfecto de la vista de todos menos yo y saludó al anfitrión. Sólo ahí, la atención se posó íntegramente en mi Tío Roberto Nesta Marley, quien rodeado de otros todopoderosos (Jimi, Janis, Jim, John y Kurt) se inclinó en una reverencia china, agradeciendo a todos por su visita.
Después de esto, lo único que recuerdo es que no me acuerdo de nada, descontando algunos flashes.



La piñata era una esfera disco que se partió en diez mil inundando el dancefloor con caramelitos de frutas.



Las sorpresitas que repartió Tía Rita fueron pelucas de dreadlocks para todos.



Un unicornio azul, un duende de Saint Patrick correctamente depilado y el Yeti entraron de piratas y nadie protestó por ello.



Siento que me dan cuerda y me sumo al trencito que dio vuelta el lugar, aprovechando el meneaíto para robarme un centro de mesa.



Voy para la barra y una calavera bien peinada me sirve un vaso enorme de plasma super frío.



Totalmente borracho, trato de ir al banho y el piso tiembla hasta dejarnos parados sobre un blindex, colocado arriba de una piscina extralarge.



La multitud se abrió y unos manes trajeron una torta de 25 metros de diámetro y de alto. Desde el primer piso, el pelilargui saltó encima para que el goce fuera perpetuo.



Por el camino, unos dragones estaban hablando pavadas y al verme me abrazaron y cantamos juntos el "Cumpleanhos Feliz".



Ya perdidos en el siglo, le regalamos al Tío Bob el pogo más denso del mundo.



Cuando vi pasar al homenajeado a mi lado y lo quise felicitar, me atacó el low batt, y me apagué ahí mismo.



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